La pirueta mágica en Morumbí no fue artificio aislado. Sí, una réplica de un gol que años antes había anotado en el fútbol peruano y que se viralizó en redes sociales por la similitud en la destreza y la forma en que ejecutó una media tijera. Eso fue a inicios de abril y con el golazo Alianza Lima se reponía de un debut amargo en fase de grupos de la Libertadores. Cuatro meses después, Kevin Quevedo apareció en Quito con otra obra de arte: un remate fulminante para darle a club una histórica victoria y sentenciar su pase a cuartos de la Sudamericana.
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Se jugaba el último tramo en Quito. Alianza Lima resistía los embates del Universidad Católica de Ecuador, pero también contaba con opciones de rematar y cerrar la llave. El triunfo 2-0 en Matute era el espaldarazo perfecto para dominar el encuentro desde la paciencia. Sin embargo, antes de la media hora el cuadro local abría la cuenta.
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Felizmente, un pase de selección de Sergio Peña encontró a Eryc Castillo en su versión internacional y llegó la paridad. Entonces empezaba otro partido: jugar con la ansiedad del rival y reaccionar para no ser sometidos por la altura, el cansancio y un contendiente muy físico y potente.
Todo era riesgo y Gorosito buscaba el triunfo con los cambios. Había sacado a Burlamaqui y metido a Cantero. Hasta que a los 81 sucedió eso que no puede ser detenido por cuestiones tácticas y repasos defensivos en las prácticas previas. Una genialidad.
Quevedo recibe fuera del área, toca, se perfila, da un paso y saca un misil entre parte interna y empeine derecho. Mejor dicho, un derechazo tan potente y agresivo como estético y poético. Un golazo.
Y entonces viene lo mejor. Archimbaud lo persigue, lo alcanza y se abrazan, llegan los compañeros y más abrazos. Viscarra, a lo lejos, celebra también con abrazos a los suplentes. A unos metros, ocho mil hinchas blanquiazules celebran en las gradas. Es todo fiesta blanquiazul.

“El esfuerzo de mis compañeros me hace destacar”, diría luego del pitazo final un emocionado Kevin, con los ojos rojos como queriendo llorar. No es para menos. Se sabe héroe, como en Sao Paulo, se sabe clave. Pero elogia a sus compañeros porque de eso se trata un equipo, de ser solidarios y compartir el éxito.
Esa solidaridad y unión se nota en cada triunfo, pero sobre todo en cada momento difícil que a este grupo dirigido por Pipo Gorosito le ha tocado pasar. Pasó cuando hubo que blindar a Viscarra, cuando todos celebraron con Ceppelini y despojarlo de las críticas, pasó anoche cuando a través de un live Barcos y Kevin le dedicaron el triunfo a su amigo y compañero Erick Noriega, recientemente vendido al Gremio de Brasil.
Pasa en cada partido
El nivel de competencia por un puesto en tienda blanquiazul es brutal. Con jugadores de selección, figuras que se consolidan y refuerzos que marcan la diferencia, el camerino es clave para que Alianza Lima mantenga la unidad y la armonía sea Paolo Guerrero o sea Hernán Barcos quien anote.

Atrás han quedado los rumores de disputas o las indisciplinas. El grupo que hoy pelea por seguir haciendo historia en la Copa Sudamericana es más profesional y más competitivo. Sigue en deuda con el decaimiento de nivel en el medio local, pero se compensa con la alegría que está forjando a nivel internacional.
“Yo quiero salir campeón. Desde que llegamos se lo dijimos a los chicos. El máximo respeto con el que nos toque, pero la ilusión nuestra es máxima. Después veremos si nos da el lomo o no. Tenemos jugadores para ilusionarnos”, comentó Gorosito, que luego del pitazo final en Quito corrió a abrazar a todos.
Pipo, con su experiencia como jugador y técnico ha dado en el clavo en Alianza Lima. Ha sabido exigir y compensar, quitar y poner como todo buen líder. Kevin, el de los abrazos, los besos y las dedicatorias a los compañeros en el camerino es la evidencia pura de que en Alianza juegan felices.
Y eso, ya es empezar los partidos ganando 1-0.
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