No se me ocurre que la selección pudiera haber hecho un partido así sin Oscar Ibáñez en el banco. En Barranquilla había que pelear más que jugar. Por eso Advíncula le puso candado a su banda y corrió como si fuera un veinteañero. Por eso Zambrano y Garcés siguieron juntos y no se estropeó la sintonía alcanzada con la camiseta de Alianza. Por eso Tapia volvió a comerse la mediacancha como un pacman latinoamericano, a Polo no le incomodó ser solo un lugarteniente y la camiseta de Reyna estaba tan trajinada que parecía haber sido usada en siete partidos.
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Ni con Reynoso ni mucho menos con el Nonno corrió tanto la selección. Tampoco jugó mucho. Le costó retener la pelota más de cincuenta segundos, el preciosismo y la gambeta los dejó guardados en un armario y se dedicó a aguantar y pelear. Armas no les sobran, así que solo quedaba ser práctico. No había mucho por elegir.
Las dos líneas de cuatro que puso Perú, firmes y alertas, obligaron a Colombia a centralizar su juego, tornándola inofensiva hasta la frustración. La bronca postpartido en el vestuario, con Lorenzo zarandeado por Durán, explicita cuánta mella les hizo este empate con el penúltimo de Sudamérica.
Lástima que el Orejas no quisiera volver a poner el traje de héroe, como en la eliminatoria anterior, y errara la ocasión clarísima que tuvo. Pero Edison batalló. Como Paolo y sus inoxidables 41 años, Aquino, López y en el complemento, Noriega, a quien no le asustó imponer su jerarquía. Ramos e Inga, sin entusiasmar, no le bajaron el nivel al denuedo.
- El gol fallado por Edison Flores que pudo darle la victoria a Perú sobre Colombia:
Que este empate, sin embargo, no nos nuble. Perú sigue siendo un equipo con pocas ideas, escasa capacidad para hacer diferencias por las bandas y arriba hace menos daño que un vaso de limonada con sacarina.
Fácil sería pregonar que los Ramos, los Garcés, los Noriega, junto con los Inga y el casi borrado Quispe, aseguran un cambio generacional prometedor. Nada más engañoso que pensar en ello. Estamos a años luz de volver a tener una selección que al menos meta miedo.
Estamos sufriendo las consecuencias de las decisiones de una dirigencia cortoplacista que nunca pensó más allá de sus narices y creyó que, como en la eliminatoria a Qatar, podía volver a maquillar sus falencias con un grupo de treintañeros en su etapa crepuscular.
El Ecuador de este martes no es el irresoluto IDV o el inocuo Barcelona de la última Libertadores. Además, la selección tendrá que hacer en el Nacional lo que más le pesa: salir a proponer. Más que pensar en un fantasioso repechaje, toca pelear por irse con la mirada enhiesta y la convicción de que pasará mucho, muchísimo tiempo, para volver a ser aquello que alguna vez nos hizo sonreír.
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