En Universitario siempre se juegan dos partidos. El primero se disputa cada fin de semana, con la pelota al ras, los goles que valen tres puntos y la hinchada que late como un solo corazón. El segundo, menos visible, ocurre en las oficinas de Campo Mar, en la administración, en las charlas reservadas con representantes y jugadores. Allí no se cuentan gambetas ni centros al área, sino números, cláusulas y proyecciones. Y cuando el calendario se va acercando al telón, esa partida fuera de la cancha se vuelve tan inevitable como decisiva.
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Siete jugadores terminan contrato con la ‘U’ cuando cierre la temporada: Diego Churín, Gabriel Costa, Matías Di Benedetto, Horacio Calcaterra, Jairo Vélez, Miguel Vargas y Sebastián Britos. Siete nombres que no son una lista cualquiera: representan distintos momentos del equipo. Algunos son titulares inamovibles, otros se convirtieron en recambios estratégicos y un par de ellos parecen haber perdido terreno en el ajedrez que mueve el comando técnico.
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Desde la administración prefieren el silencio. La versión oficial es simple: “Aún no se puede decir nada, Es confidencial y un tema muy sensible”, nos dicen desde Ate. Hablar ahora sería encender un fuego innecesario en un vestuario que todavía pelea por los objetivos del año. Sin embargo, en Universitario —y en el fútbol peruano en general—, las renovaciones se deciden con reglas que parecen estar escritas desde siempre:
- El rendimiento. Quien resuelve partidos y aparece en las estadísticas suele tener la prioridad. El que se borra en los momentos clave, pierde terreno.
- El sistema. Cada entrenador arma su tablero. Lo que hoy encaja, mañana puede sobrar si el esquema varía.
- La disciplina. El talento importa, pero la convivencia también. En un plantel largo, la conducta puede pesar tanto como los goles.
- El ciclo cumplido. A veces no hay reproches ni deudas. Solo se siente que la historia, sencillamente, llegó a su final.
Con esos criterios, el club deberá decidir. Y la historia muestra que nunca es sencillo: en el 2019, Universitario sostuvo a referentes porque no había margen de maniobra económica; en el 2023, dejó ir a jugadores queridos para armar un plantel más corto pero competitivo. Cada temporada ha dejado cicatrices y lecciones, como recordatorio de que renovar no siempre es un premio y dejar ir no siempre es un castigo.
Lo que ocurra en los próximos meses dependerá no solo de la administración, sino también del desenlace deportivo. Si la ‘U’ logra pelear arriba hasta el final y conseguir el tricampeonato, la presión por mantener la base será enorme. Si tropieza, la exigencia de renovación sonará más fuerte. En ambos escenarios, el comando técnico tendrá la última palabra: Fossati deberá decidir a quién quiere seguir viendo en su pizarra y a quién ya no.
Pero en Universitario, lo urgente casi siempre tapa lo importante. El foco inmediato es ganar el próximo partido, sostener la ilusión, llenar el Monumental. Y en medio de esa vorágine, lo estructural —el proyecto, la planificación, el futuro— corre el riesgo de quedar postergado, como tantas veces en la historia crema.
Sin embargo, hay algo que no cambia. La camiseta de Universitario siempre exige estar a la altura, sin importar los nombres que la vistan. Los jugadores pasan, los contratos se firman o se rompen, las administraciones cambian, pero la tribuna sigue, el Monumental sigue, la historia sigue. Y en esa continuidad inquebrantable está la verdadera fuerza del club: el hincha que no pregunta quién renueva o quién se va, sino que cada domingo se viste de ilusión para alentar a la ‘U’.
El futuro de estos siete futbolistas todavía no está escrito. Habrá reuniones, llamadas de madrugada, representantes que esperan en los pasillos del Monumental y dirigentes que deben mirar más allá del próximo fin de semana. Pero la historia de Universitario enseña que nadie es más grande que la camiseta. Los nombres cambian, las firmas se borran, los contratos se cumplen o no; lo único que permanece es la tribuna que canta y la obligación de competir siempre.
En la ‘U’, renovar no es premiar y dejar ir no es castigar: es seguir andando, como lo ha hecho el club desde hace 101 años. Por eso, más allá de quién se quede o se marche, lo que realmente importa es que cada domingo, cuando el equipo pise el césped y el Monumental se encienda, la camiseta siga pareciendo eterna.
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